(...) Supongo que la idea de encuentro obsesionaba a Vidal tanto como a mí, pues la conversación, casi sin transiciones, recayó en ella.
-¿Vienes a menudo aquí? –le pregunté.
-Prácticamente nunca. ¿Y tú?
-Es la primera vez que pongo los pies.
-Y tiene que ser aquí, precisamente, donde nos hemos encontrado. ¡Es extraño!
-No, al contrario –dije-, ¡es completamente normal! Como nuestras trayectorias normales no se encuentran, nuestros puntos de intersección se sitúan forzosamente en lo extraordinario. Ahora –expliqué con una sonrisa a modo de disculpa- estudio matemáticas a ratos sueltos. Me divertiría definir las posibilidades que teníamos de encontrarnos, digamos, en menos de dos meses.
-¿Crees que es posible?
-Es un problema de información y de tratamiento de la información. Claro que tiene que existir la información. (Es obvio que estaba pensando en Francoise). Evidentemente, la probabilidad de encontrar a una persona de la que no conozco el domicilio ni el lugar de trabajo es imposible de determinar. ¿Te interesas por las matemáticas?
-Un filósofo cada vez tiene más necesidad de conocer las matemáticas. Por ejemplo, en lingüística, pero incluso para las cosas más sencillas. El triángulo aritmético de Pascal está ligado a toda la historia de la apuesta. Y es en eso que Pascal resulta prodigiosamente moderno: el matemático y el metafísico son la misma persona.
-¡Ah, caramba! –exclamé-. ¡Pascal!
-¿Te sorprende?
-Es curioso. Precisamente en estos momentos estoy leyéndolo otra vez.
-¿Y qué?
-Me siento muy decepcionado.
-Sigue, eso me interesa.
-Bueno, no sé. De entrada, tengo la impresión de que casi me lo sé de memoria. Y además eso no me aporta nada: lo encuentro bastante vacío. En la medida en que soy católico, o al menos intento serlo, no encaja con el sentido de mi catolicismo actual. Precisamente porque soy cristiano, protesto contra ese rigorismo. ¡O, en caso contrario, si el cristianismo es eso, yo soy ateo!... ¿Tú sigues siendo marxista?
-Sí, y precisamente para un comunista, el texto de la apuesta es extremadamente actual. En el fondo, yo dudo muchísimo de que la historia tenga un sentido. Sin embargo, apuesto a favor del sentido de la historia, y me encuentro en la situación pascaliana. Hipótesis A: la vida social y toda acción política están enteramente desprovistas de sentido. Hipótesis B: la historia tiene un sentido. Yo no estoy en absoluto más seguro de que la hipótesis B tenga más probabilidades de ser cierta que la hipótesis A. llegaré incluso a decir que tiene menos. Supongamos que la hipótesis B sólo tiene un diez por ciento de probabilidades y la hipótesis A noventa por ciento. De todos modos, no puedo dejar de apostar por la hipótesis B, porque es la única que me permite vivir. Supongamos que he apostado a favor de la hipótesis A y que, pese a tener sólo el diez por cien de probabilidades, se verifica la hipótesis B: en tal caso, he perdido completamente mi vida… por consiguiente, debo elegir la hipótesis B, porque es la única que justifica mi vida y mi acción. Naturalmente, hay noventa probabilidades sobre cien de que me equivoque, pero eso carece de importancia.
-Es lo que se denomina la esperanza matemática, es decir, el producto del beneficio por la probabilidad. En el caso de tu hipótesis B, la probabilidad es débil, pero el beneficio es infinito, porque para ti se trata del sentido de tu vida, y para Pascal de la salvación eterna.
-Gorki… o Lenin, o Maiakovski, no recuerdo… decía, a propósito de la Revolución rusa, que la situación era tal, en aquel momento, que había que elegir la ocasión entre mil, porque la esperanza, eligiendo esta ocasión entre mil, era infinitamente mayor que no eligiéndola (…)
Eric Rohmer, Mi noche con Maud
(en “Seis cuentos morales”, Anagrama)
No hay comentarios:
Publicar un comentario