conversan con su propio lenguaje

nuevos mundos

Dice Kandinsky (Rusia, 1866-1944) que "el pintar es un choque atronador de mundos diferentes destinados a crear en mutua lucha -y como resultado de ella- el mundo nuevo. Técnicamente, toda obra surge tal como surgió el cosmos: a través de catástrofes que del caótico mugir de los instrumentos terminan por hacer una sinfonía, que recibe el nombre de música de las esferas. Crear una obra es crear un mundo."
Asumo que las fotografías también son sinfonías visuales surgidas de un choque de mundos.

la propiedad compartida

las fotos publicadas en este blog, salvo indicación, fueron ideadas, realizadas y retocadas digitalmente por MagaPaula (mgP). pueden ser usadas, reproducidas y compartidas siempre que se citen autora y fuente. magapaula@gmail.com

creo en el amor, creo en cualquier cosa







ella se persignó mientras se vestía
ya se había prometido una vez no irse de esta manera
si no se calma se va a quemar como un incendio
forestal
bueno, eso no te hace sonreír...
si no te calmas, te juro que voy a darme una vuelta
y dejar patas arriba tu casa
dicen que ni siquera deberíamos habernos conocido
pero eso puede ser deshecho --no te hace sonreir--
como un incendio forestal
creo en el amor, creo en cualquier cosa
que vaya a conseguirme lo que quiero y me ponga de pie
y entonces quemaremos tu casa
¿no te parece genial?
es un incendio forestal cada vez que nos juntamos
si nos dejamos llevar por este viento podemos quemar el
oceano
si nos dejamos atrapar en este sitio vamos a ser
deshechos
es sólo una simple metáfora para un amor ardiente
¿no te hace sonreir? como un incendio forestal

Incendio Forestal (
Forest Fire)
Lloyd Cole and The Commotions

una sombra ya pronto serás

la esperanza matemática

(...) Supongo que la idea de encuentro obsesionaba a Vidal tanto como a mí, pues la conversación, casi sin transiciones, recayó en ella.

-¿Vienes a menudo aquí? –le pregunté.

-Prácticamente nunca. ¿Y tú?

-Es la primera vez que pongo los pies.

-Y tiene que ser aquí, precisamente, donde nos hemos encontrado. ¡Es extraño!

-No, al contrario –dije-, ¡es completamente normal! Como nuestras trayectorias normales no se encuentran, nuestros puntos de intersección se sitúan forzosamente en lo extraordinario. Ahora –expliqué con una sonrisa a modo de disculpa- estudio matemáticas a ratos sueltos. Me divertiría definir las posibilidades que teníamos de encontrarnos, digamos, en menos de dos meses.

-¿Crees que es posible?

-Es un problema de información y de tratamiento de la información. Claro que tiene que existir la información. (Es obvio que estaba pensando en Francoise). Evidentemente, la probabilidad de encontrar a una persona de la que no conozco el domicilio ni el lugar de trabajo es imposible de determinar. ¿Te interesas por las matemáticas?

-Un filósofo cada vez tiene más necesidad de conocer las matemáticas. Por ejemplo, en lingüística, pero incluso para las cosas más sencillas. El triángulo aritmético de Pascal está ligado a toda la historia de la apuesta. Y es en eso que Pascal resulta prodigiosamente moderno: el matemático y el metafísico son la misma persona.

-¡Ah, caramba! –exclamé-. ¡Pascal!

-¿Te sorprende?

-Es curioso. Precisamente en estos momentos estoy leyéndolo otra vez.

-¿Y qué?

-Me siento muy decepcionado.

-Sigue, eso me interesa.

-Bueno, no sé. De entrada, tengo la impresión de que casi me lo sé de memoria. Y además eso no me aporta nada: lo encuentro bastante vacío. En la medida en que soy católico, o al menos intento serlo, no encaja con el sentido de mi catolicismo actual. Precisamente porque soy cristiano, protesto contra ese rigorismo. ¡O, en caso contrario, si el cristianismo es eso, yo soy ateo!... ¿Tú sigues siendo marxista?

-Sí, y precisamente para un comunista, el texto de la apuesta es extremadamente actual. En el fondo, yo dudo muchísimo de que la historia tenga un sentido. Sin embargo, apuesto a favor del sentido de la historia, y me encuentro en la situación pascaliana. Hipótesis A: la vida social y toda acción política están enteramente desprovistas de sentido. Hipótesis B: la historia tiene un sentido. Yo no estoy en absoluto más seguro de que la hipótesis B tenga más probabilidades de ser cierta que la hipótesis A. llegaré incluso a decir que tiene menos. Supongamos que la hipótesis B sólo tiene un diez por ciento de probabilidades y la hipótesis A noventa por ciento. De todos modos, no puedo dejar de apostar por la hipótesis B, porque es la única que me permite vivir. Supongamos que he apostado a favor de la hipótesis A y que, pese a tener sólo el diez por cien de probabilidades, se verifica la hipótesis B: en tal caso, he perdido completamente mi vida… por consiguiente, debo elegir la hipótesis B, porque es la única que justifica mi vida y mi acción. Naturalmente, hay noventa probabilidades sobre cien de que me equivoque, pero eso carece de importancia.

-Es lo que se denomina la esperanza matemática, es decir, el producto del beneficio por la probabilidad. En el caso de tu hipótesis B, la probabilidad es débil, pero el beneficio es infinito, porque para ti se trata del sentido de tu vida, y para Pascal de la salvación eterna.

-Gorki… o Lenin, o Maiakovski, no recuerdo… decía, a propósito de la Revolución rusa, que la situación era tal, en aquel momento, que había que elegir la ocasión entre mil, porque la esperanza, eligiendo esta ocasión entre mil, era infinitamente mayor que no eligiéndola (…)



Eric Rohmer, Mi noche con Maud

(en “Seis cuentos morales”, Anagrama)



porteños

Agudos como leznas los dos ojitos de Samuel Tesler se habían clavado en el visitante; y Adán abatió los suyos, como al peso de tanta verdad. Entonces el filósofo, sensible a la turbación de su visitante, abandonó la línea de rigor para entregrase a la de la misericordia.
-¡No, hermano! –dijo-. Ya es hora de que los porteños abandonen su estúpida reserva. Los treinta y dos filósofos extranjeros que nos han deshonrado con su visita, después de tomarle el pulso a Buenos Aires y de introducirle un termómetro en su orificio anal, diagnosticaron que nuestra ciudad es triste. ¿Razones? No las dieron: estaban ocupados en hartarse de nuestro famoso chilled beef. Los gringos ignoraban que Buenos Aires es un archipiélago de hombres islas incomunicados entre sí.
Samuel dejó escapar una risita malévola y añadió:
-Lo que no puedo entender es cómo nuestro gran Macedonio, viviendo en Buenos Aires, ha podido llegar a esta sorprendente conclusión metafísica: “El mundo es un almismo ayoico”. ¡Dios le perdone los neologismos! Yo, en las mismas circunstancias, hubiera llegado a otra muy diferente.
-¿A cuál? –preguntó el visitante.
-A la que sigue, redonda, musical y significativa: “El mundo es un yoísmo al pedo”.
Se quedó un instante absorto al parecer en la hondura de aquella sentencia. Luego estudió a su visitante como para evaluar el grado de admiración que tanto ingenio le había producido seguramente. Y no debió ser escasa la que leyó en Adán Buenosayres, pues, volviendo al asunto:
-Ahora bien –le anunció entre generoso y amargo-. Yo, un europeo, voy a tomar la iniciativa. Te hablaré con una franqueza brutal.
-¡Debe de ser una historia que pone los pelos de punta! –observó Adán riendo-. ¿Cómo se inició el romance?
-¡Ah! –rezongó Samuel-. ¡Eso es lo que me pregunto yo, el animal metafísico!
Guardó un estudiado silencio, detrás del cual se adivinaba el montaje febril de un nuevo paso de comedia. Después abandonó la ventana, y tomando el orinal que yacía en su mesa de luz orinó de pie, con una dignidad que Diógenes Laercio hubiese atrubuido a su tocayo el del barril. Un lamento armonioso brotó del orinal: alzóse grave y descendió agudo, hasta morir en gotas finales de música. Entonces el filósofo devolvió el utensilio a su lugar, tomó asiento en la revuelta cama, y digiéndose al visitante le preguntó a quemarropa:
-¿Qué definición me darías del amor, si te la pidiera?
-¡Ah, no! –protestó Adán-. ¡No me vengas ahora con definiciones!
-No te pido una definición bobalicona de tipo almanaque o revista ilustrada. Quiero algo trascendental, una definición en tres tomos encuadernados.
-¡Estás fresco si esperas de mí semejante fenómeno!
Samuel Tesler abatió la cabeza en señal de desaliento.
-¡Oh, mundo, mundo! –suspiró-. ¿Qué se ha hecho de la sagrada Filografía?
-¿Y si me dieras tu definición? –le dijo el vistante lleno de espíritu conciliatorio.
Samuel Tesler alzó un índice profesional.
-No partiré de una definición –expuso gravemente-, sino de una metodología. Resumiendo las ideas platónicas, aunque sólo en el plano de la Venus terrestre o macanuda, te diré que el amor tiene dos fases: un deslumbramiento del sujeto (yo) ante la forma bella (Haydée Amundsen), y en seguida un ansia del sujeto (yo) por adueñarse de la forma bella (Haydée Amundsen) a fin de procrear su hermosura. ¿Digo bien?
-¡Demasiado bien! –refunfuñó Adán-. La segunda fase me huele a no sé qué obscenidad metafísica.

Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres (1948)

alienados en la aglomeración







así, en esta ciudad (¿en todas?) conviven no tan amigablemente los que elijen encerrarse bajo siete llaves (o rejas) a rumiar sus posesiones, mientras otros, librados a su suerte, reciben, procesan y padecen los desechos de aquéllos...

Destruye, destruye, destruye

Monelle me encontró en la llanura, por donde yo andaba errante, y me tomó de la mano:
-No te sorprendas –dijo-, soy yo y no soy yo. Me volverás a encontrar y me perderás.
Un vez más volveré entre vosotros; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido.
Y me olvidarás y me reconocerás y me volverás a olvidar.
Y añadió Monelle: Yo te hablaré de las pequeñas rameras, y tú sabrás el comienzo.
(…)
Porque sabrás que las pequeñas rameras sólo salen una vez de la muchedumbre nocturna para cumplir una misión de bondad.
(…)
Has de saber que ellas lanzan un grito de compasión por vosotros y os acarician la mano con la suya descarnada. No os comprenden sino cuando sois desgraciados; lloran con vosotros y os consuelan.
(…)
Como Ana y como aquella muchacha sin nombre que encontró el joven y triste Bonaparte, la pequeña Nelly se sumergió en la bruma. Dostoievsky no dijo qué fue de la pequeña Sonia, pálida y demacrada. Ni tú ni yo sabemos si pudo ayudar a Raskolnikof hasta el término de su expiación. No lo creo. Se apagó suavemente en sus brazos, después de haber sufrido y amado en exceso.
Compréndelo: ninguna de ellas puede permanecer junto a vosotros. Se sentirán demasiado tristes y además tienen vergüenza de quedarse. Una vez que vuestro llanto ha cesado, ellas no se atreven a miraros. Os enseñan su lección y luego se van.
Vienen en medio del frío y de la lluvia para besar vuestra frente y enjugar vuestros ojos; después, las espantosas tinieblas vuelven a tragarlas. Pues tal vez deben irse a otra parte.
No las conocéis sino cuando se compadecen de vosotros. No debéis pensar en otra cosa. No debéis pensar en lo que hayan podido hacer en las tinieblas. Nelly en esa horrible casa, Sonia ebria sobre el banco del bulevar y Ana devolviendo el recipiente vacío en el comercio de vinos de una oscura callejuela, eran quizá crueles y obscenas. Eran criaturas de carne. Pero cuando salían de un oscuro callejón para dar un beso de piedad bajo el farol encendido, de la ancha calle, en ese momento se tornaban divinas.
Hay que olvidar todo el resto.
(…)
Y Monelle dijo luego: Te hablaré de la destrucción.
He aquí la palabra: Destruye, destruye. Destruye en ti mismo, destruye a tu alrededor. Haz lugar para tu alma y para las otras almas.
Destruye todo bien y todo mal. Los escombros son similares.
Destruye las antiguas moradas de los hombres y las antiguas moradas de las almas; las cosas muertas son espejos que deforman.
Destruye, pues toda creación proviene de la destrucción.
Para lograr la bondad superior hay que aniquilar la bondad inferior. Y así el nuevo bien parece saturado de mal.
Para imaginar un nuevo arte hay que destrozar el arte viejo. Y así el nuevo arte parece una especie de iconoclasia.
Pues toda construcción está hecha de ruinas y nada hay nuevo en este mundo sino las formas. Pero hay que destruir las formas.
Y agregó Monelle: Te hablaré de la formación.
El mismo deseo de lo nuevo no es más que la apetencia del alma que desea formarse.
Y las almas desechan las formas antiguas, así como las serpientes sus viejas pieles.

El Libro de Monelle, Marcel Schwob

¡agiten!





a podar el arbusto


el infierno tan temido

(...) El Gran Kan estaba hojeando ya en su atlas los mapas de las ciudades que amenazan en las pesadillas y en las maldiciones: Enoch, Babilonia, Yahoo, Butua, Brave New World.
Dice:
--Todo es inútil si el último fondeadero no puede ser sino la entrada infernal, y allí en el fondo es donde, en una espiral cada vez más estrecha, nos sorbe la corriente.
Y Polo:
--El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.

LAS CIUDADES INVISIBLES, Italo Calvino

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