conversan con su propio lenguaje

nuevos mundos

Dice Kandinsky (Rusia, 1866-1944) que "el pintar es un choque atronador de mundos diferentes destinados a crear en mutua lucha -y como resultado de ella- el mundo nuevo. Técnicamente, toda obra surge tal como surgió el cosmos: a través de catástrofes que del caótico mugir de los instrumentos terminan por hacer una sinfonía, que recibe el nombre de música de las esferas. Crear una obra es crear un mundo."
Asumo que las fotografías también son sinfonías visuales surgidas de un choque de mundos.

la propiedad compartida

las fotos publicadas en este blog, salvo indicación, fueron ideadas, realizadas y retocadas digitalmente por MagaPaula (mgP). pueden ser usadas, reproducidas y compartidas siempre que se citen autora y fuente. magapaula@gmail.com

una mujer y la noche

La muchacha no sonrió, aunque le reconoció al oírle hablar.
Cerró los ojos y Félix, que contemplara con avidez su azul misterioso e impresionante, creyó que seguía viéndolos tenuemente, transparentándose a través de los párpados con una luz de eternidad, como si en el iris hubiera advertido esa visión desenfocada de la bestia salvaje que no se ha ajustado a sostener la mirada del ojo humano.
La mujer que se presenta al espectador como un «cuadro» compuesto y acabado es, para la mente contemplativa, el mayor de los peligros.
A veces, uno encuentra a una mujer que es bestia en trance de hacerse humana.
Cada movimiento de esta persona se reducirá a la imagen de una experiencia olvidada, espejismo de una boda eterna proyectado sobre la memoria racial; una alegría tan insoportable como lo sería la visión de un antílope bajando por una arboleda, coronado de azahar, con un velo nupcial y una pata levantada en actitud temerosa, caminando con el pálpito de la carne que se hará mito; al igual que el unicornio no es ni hombre ni aminal disminuido sino ansia humana que comprime el pecho contra su presa.
Esa mujer es la portadora de gérmenes del pasado: delante de ella nos duele la estructura de la cabeza y las mandíbulas; nos parece que podríamos comérnosla, a ella que es la muerte devorada que vuelve porque sólo entonces acercamos la cara a la sangre que hay en los labios de nuestros antepasados.
Algo de esta emoción invadió a Félix.
Pero él que, por su raza, era incapaz del abandono, se sintió como el que en un museo contempla un mascarón de proa que, aunque estático, sin mecerse ya en el tajamar, todavía parece ir contra el viento; como si aquella muchacha reuniera en sí las dos mitades de un destino roto que, en el sueño, se hubieran encarado a sí mismas, como una imagen y su reflejo en un lago parecen estar separadas únicamente por la vacilación de la hora.
La voz de esta muchacha tenía el tono del que se recrea con la promesa del abandono: el «aparte» musitado por el actor que, con la leve avaricia de su discurso, retiene la explicación hasta el momento oportuno en que haya de lucirse ante su público –en su caso, una improvisación prudente, aludiendo a lo que diría más adelante cuando pudiera «verlos».
En suma, la fórmula más larga de una despedida rápida.


EL BOSQUE DE LA NOCHE (Nigthwood, 1936)
Djuna Barnes


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el infierno tan temido

(...) El Gran Kan estaba hojeando ya en su atlas los mapas de las ciudades que amenazan en las pesadillas y en las maldiciones: Enoch, Babilonia, Yahoo, Butua, Brave New World.
Dice:
--Todo es inútil si el último fondeadero no puede ser sino la entrada infernal, y allí en el fondo es donde, en una espiral cada vez más estrecha, nos sorbe la corriente.
Y Polo:
--El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.

LAS CIUDADES INVISIBLES, Italo Calvino

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