Guillermo Facio Hébequer, En los talleres (Serie: El Trabajo), Lámina n° IV (Serie: Tu historia compañero) y Obrero.
A diferencia de otras corrientes de la izquierda, el anarquismo manifestó un particular interés por la problemática del arte. En la Europa de fines de siglo su incidencia, desde la producción teórica (Proudhon, Kropotkin, Tolstoy o los filoanarquistas, como Morris o Guyau) o la práctica artística (divisionistas y simbolistas), fue decisiva. Este interés por el arte puede relacionarse con una problemática central en el pensamiento anarquista: la del trabajo alienado en la sociedad capitalista. En el nuevo mundo que promete y espera el anarquismo –el mundo de la igualdad-, el trabajo ya no tendrá las terribles connotaciones del presente. Como dice Tolstoy, “desaparecerá la idea de que el trabajo es una maldición, para convertirse en un placer”. En cambio, el trabajo del artista en la sociedad capitalista es considerado como un trabajo no alienado y por lo tanto una prefiguración del trabajo placentero del futuro. En sus News from Nowhere, William Morris vislumbra, en la sociedad perfecta de un futuro 1952, que los hombres se dedicarán a “la producción de lo que antes se llamaba arte, pero que hoy no tiene nombre entre nosotros, porque ha llegado a ser una parte esencial del trabajo humano” y establece una significativa correspondencia entre “arte o trabajo placentero”. Por su parte, el interés por la problemática del trabajo hace que el artista anarquista reivindique su actividad ante todo como un trabajo manual, como un oficio.
Hebequer, "Bandera Roja"
Además, en las estrategias anarquistas, al arte le compete un papel privilegiado ya que se le reconoce su especial capacidad para actuar sobre los hombres. Ya Proudhon definía el arte como “una representación idealista de la naturaleza y de nosotros mismos, en vista del perfeccionamiento físico y moral de nuestra especie”. Esta confianza en el poder del arte trae aparejada la exigencia de una finalidad transformadora que exceda lo meramente estético y que, por lo tanto, se enfrenta con la doctrina de “el arte por el arte”. Así, Tolstoy define el arte como “un medio de fraternidad entre los hombres que les une en un mismo sentimiento, y por lo tanto, es indispensable para la vida de la humanidad y para su progreso en el camino de la dicha”. La finalidad específicamente extraestética del arte conduce a considerarlo como un arma dentro de las luchas sociales. En una obra de gran circulación popular, como Palabras de un rebelde, Kropotkin hace una convocatoria concreta a los jóvenes artistas: “Y vosotros, poetas, pintores, escritores, músicos, si os hacéis cargo de vuestra verdadera misión y en interés mismo del arte, venid a nosotros: poned vuestra pluma, vuestro lápiz, vuestro cincel y vuestras ideas al servicio de la revolución. (...) Mirad al pueblo lo triste de su vida actual y ponedle ante los ojos la causa de su desgracia”.
En “Los artistas del pueblo: anarquismo y sindicalismo revolucionario en las artes plásticas”, Miguel Angel Muñoz. Revista Causas y Azares N° 5, Buenos Aires, 1997.